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Bogotá desconfiada

La confianza y el sentido de pertenencia en Bogotá tuvo un deterioro notable durante la última década. Aunque en el periodo comprendido entre 2016 y 2019 estas variables repuntaron, su recuperación no se tradujo en un pacto para la solidificación del optimismo, el orgullo y la satisfacción de los bogotanos con su ciudad.

Por: César Restrepo, director de Seguridad Urbana de ProBogotá Región.


Foto: Luis Felipe Calero / ProBogotá Región.

La revisión de las encuestas del programa “Bogotá Como Vamos” realizadas desde 1998 permiten observar que la primera década del siglo XXI representó un periodo de construcción sostenido de confianza y orgullo en la ciudad, un capital semilla significativo para el progreso de la capital que se convirtió en el motor generador de proyectos para su modernización y transformación.


Sin embargo, al finalizar esa década el desastre administrativo y la tragedia de integridad del gobierno de Samuel Moreno se convirtieron en un lastre que, amarrado al cuello de los bogotanos, ha llevado a la ciudad a navegar los pozos más oscuros de la desconfianza y la desesperanza.


En una encuesta realizada a finales de 2021 y publicada la semana anterior por “Bogotá Cómo Vamos” se observa que tan sólo un 9% de los encuestados es optimista frente al futuro de Bogotá, el 25% se siente satisfecho con la ciudad y el 41% orgulloso de esta. Estos resultados son los peores alcanzados en la medición de esos aspectos desde 1998 y solo comparables con los presentados en la encuesta del año 2015.


Es preciso señalar que estos resultados están profundamente influenciados por el clima social, político y económico que enfrenta la ciudad. La pandemia ha dejado heridas profundas en la comunidad que, afectada por perdidas personales y el distanciamiento social, enfrenta un periodo emocional complejo.


Asimismo, la destrucción de empleos, el cierre de espacios para el desarrollo económico individual y la debilidad institucional en la canalización de respuestas directas a las necesidades ciudadanas, generaron un sentimiento de vulnerabilidad e incertidumbre frente al futuro en gran parte de los ciudadanos.


No es posible dejar de lado algunos elementos convergentes en este contexto. El escalamiento de la polarización política, que aprovechó las falencias en la respuesta a la pandemia, alejó a la comunidad nacional – y la distrital – de la superación colectiva de una crisis inédita, para comprometerla en una lucha encarnizada por destruir lo que había logrado sobrevivir al COVID-19.


Un objetivo fácil en un escenario preconfigurado por la decepción ciudadana frente a una institucionalidad despreocupada por la resiliencia de los corruptos y la ineficacia de políticas publicas. La tormenta perfecta.


La Real Academia de la Lengua relaciona el significado de confianza con palabras como esperanza, seguridad, ánimo, aliento y familiaridad, integradas en la relación que ocurre entre individuos o entre grupos de estos para obtener un fin común u honrar unos acuerdos alcanzados. En ese sentido, el resultado de la reciente encuesta no puede causar extrañeza.


En un reciente estudio publicado en la revista The Lancet se encontró que la confianza en las instituciones y entre ciudadanos garantizaba un mayor nivel de adhesión a los planes y estrategias para enfrentar la pandemia y reducir sus impactos. Una prueba del papel que juega la confianza frente a la solución de situaciones catastróficas, al margen de capacidades físicas y tecnológicas, que son necesarias, pero no suficientes.


Más allá del evento especial de la crisis sanitaria, los resultados de la encuesta “Mi Voz, Mi Ciudad” de 2022, vistos en el contexto descrito anteriormente, permiten señalar que, de no hacerse un alto en el camino para recomponer el proyecto colectivo de la ciudad, la confianza seguirá disminuyendo con los costos económicos, sociales y de seguridad que esto representa.


En ese sentido, la recuperación de la modernización y la transformación de la ciudad como motor de generación de bienestar y progreso para los bogotanos va a requerir que los liderazgos de la ciudad acepten que el reconocimiento de la coexistencia de intereses individuales y colectivos que deben ser sopesados en clave del bienestar general no da espera. La aprobación de un POT con baja legitimidad social es la muestra de lo que no debe seguir sucediendo.


Eso implica dejar atrás la convicción personal de que se es dueño de la verdad o creador del único modelo de desarrollo posible, para abrir las puertas al dialogo que motive la definición de proyectos colectivos que devuelvan la confianza, la satisfacción y el orgullo a los ciudadanos, dando así la base necesaria para un progreso sostenible alejado de liderazgos mesiánicos o sectarios. Asimismo, se debe separar el activismo político de la gestión estratégica. Este proceso electoral puede dejar la confianza en la ciudad aún peor de lo que está.


Capitulo aparte, pero igual de importante, tiene que ver con la buena fe pública. Nada de lo anterior será viable mientras la reconstrucción de la confianza no esté arropada por una iniciativa de transparencia, aplicación efectiva de la ley y rendición de cuentas, que clarifique responsabilidades, éxitos y fracasos.


La pandemia dejó para el mundo muchas lecciones, no observarlas es perpetuar sus efectos.


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